De: CINCUENTA LECCIONES DE EXILIO Y DESEXILIO (2000)
Escribir, mal o bien, en español o en inglés, es quitarse una presión, una prisión. Pero escribir sobre Cuba, fuera de Cuba, es otra cosa: no expresión sino impresión, no descanso sino recargo. Cuando tenía treinta y cinco años me propuse aguantar un mes entero sin nombrar a Cuba. Quería ver si así lograba olvidarme un poco de mi condición de exiliado. Sin nombre no hay país, y sin país no hay exilio.
Abstenerme de pronunciar el dulce nombre no fue difícil; lo difícil era no pensarlo. Para no pensar en Cuba, era menester no pensar en nada. Decidí estar un mes sin pensar en nada. Tampoco fue difícil. Pero entonces el problema no era dejar de pensar, sino vivir en vilo. Para poder vivir en vilo, decidí pasarme mi mes sin Cuba sembrando matas en el jardín, de manera de plantarme con cada planta, así aliviando el vacilón del vilo. El dependiente chileno de la ferretería me vendió todos los útiles requisitos: guantes, azadón, pala, gafas para el sol y un cubo (¡cuidado con esa palabra!). Súbitamente hijo del limo, me entregué con ahínco a la tarea de enterrar a Cuba en la durísima arcilla roja de la Carolinas. Al cabo (cuidado, mucho cuidado) de tres semanas, cuando empezaron a retoñar las caléndulas y los crisantemos, di por terminado el exorcismo. Desde entonces, no pasa día en que no digo, desterrándome y desenterrándome: ¡ay! mi Cuba.
¿Qué pasa USA?
Que no hay consuelo sin suelo.
¿Qué pasa USA?
Que no hay contacto sin tacto.
¿Qué pasa USA?
Que no hay remedio sin medio.
¿Qué pasa USA?
Que no vida sin ida.
¿Qué pasa USA?
Que no hay ida con vuelta.
¿Qué pasa USA?
Que cada día estamos más jodidos y menos contentos.
¿Qué pasa USA?
Si me dicen globalization, respondo: destierro.
Si me dicen diaspora, respondo: exilio.
Si me dicen Hispanic, respondo: cubano.
Si me dicen Latino, respondo: la tuya.